Un libro sin hojas, un patinete con motor y dos adverbios muy trileros

Cuando de niña imaginaba el futuro año 2000 , que entonces sonaba tan lejano como Plutón , miraba al cielo y veía coches voladores , robots en todas las casas, lecciones de geografía en pildoritas para no tener que estudiar los afluentes y los cabos... Si en aquellos tiempos, un viajero del futuro hubiera llegado a la plazuela de los Bandos —donde yo jugaba de niña a la salida del cole—, a bordo de por ejemplo un patinete eléctrico , y nos hubiera contado a las niñas allí reunidas que en el siglo XXI hay libros sin hojas , habríamos estallado en una carcajada general mirando de reojo —eso sí— el patinete, aunque sin terminar de entender la diversión de estarse quietecito a bordo de un patinete que lo hace casi todo por ti. Al libro digital le pasa algo parecido que al patinete con motor. Que lo lees, lo disfrutas, te gusta pero le falta peso. Terminar de leer un libro y no poder sopesarlo en la mano, no poder medir la gravedad de las emociones vividas, de las conclusiones sacadas,